jueves, 21 de febrero de 2013

¿Qué quieres que me invente?, si yo sólo se reinventar utopías de manos insaciables, de corazones calientes y de calles solitarias. Paseos descuidados que terminan sin darse cuenta en cualquier bar, pidiendo un par de cafés con mucho azúcar y poco tiempo.
Voy haciendo autostop en carreteras secundarias, mientras tú te fumas el otoño.

Quizá mis días se los regalé al mismísimo diablo.
Le conocí en el cielo y sin quererlo acabamos entre llamas. Apurando las últimas copas de aquella barra. Las mismas que un día si o otro también nos hacían olvidar. Hasta que volvía a apoderarse de mis días sin insomnio, y me hacía ver las cosas buenas que nos daba el compartir sábanas.
Mientras él se encendía un cigarro, yo me quemaba en él.
Hubiese jurado una y mil veces que los diablos no fumaban, de la misma manera que hubiese puesto la mano en el fuego por mi.
Es ahí donde aprendí que en el infierno se suele jurar un par de veces al día amor eterno. Promesas que se queman, resbalándose en labios infinitos y jugando siempre a perder sin saberlo.
Por enésima vez intenté ponerle mi nombre a un día, y porqué no, a un año entero. Ser dueño de mis preguntas y tener la solución para combatir mal de amores y migrañas.
Tomar café y ver mi futuro reflejado en una taza. Saber de brujería sin tener escoba, y querer mudarme conmigo y sin maletas. Dejar los prejuicios en tierra, las miradas diablesas entre llamas y mis malos días en la almohada.

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